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“No sabía que podía ser tan serena ante el encierro”

ROCÍO SILVA SANTISTEBAN. Poeta, maestra, congresista. Defensora de los derechos siempre. Consecuente y decente. Esta pandemia le ha enseñado que todo en este mundo está interconectado.




¿Qué piensas cuando te vas a dormir?

No pienso… rezo… rezo por los que están tocados por el mal, por los que sobreviven en ollas comunes, para tener energía para seguir en las luchas.




¿Qué has aprendido ahora que no puedes salir de tu casa con absoluta libertad?

La fragilidad de los cuerpos y la alta vulnerabilidad ante algo que parece tan insignificante como un virus. La necesidad de lo social: de saludar a la frutera de la esquina, al canillita de mi barrio, de andar por la calle y entrar a una bodega, de saludar a mis amigas y amigos con un beso, de dictar clases en vivo y en directo. He aprendido más que nunca a entender que todo está interconectado: pertenecemos a Gaia/Pachamama y un elemento de ruptura del equilibrio puede convertirse en este espanto.


¿A quién has extrañado demasiado en estos días de confinamiento?

A mis amigas y amigos, a mis compas de la base de Miraflores del Frente Amplio que siempre estamos pensando en el Perú en conjunto, y por supuesto a Hilda Prieto Cruz: ella trabaja conmigo desde hace 28 años. Es obviamente una relación laboral en la que respeto sus derechos y sus espacios, pero es más que una relación laboral… Hilda es muy guerrera, esa garra la extraño y su tenacidad en hacer cosas y arreglar mi vida ja, ja, ja.


¿A qué le temes hoy?

Al virus: ese pequeño no-ser que nos destruye con dolor, con asfixia, que se agarra a nuestras células para convertirlas en contra nuestra. Le temo a la increíble e impertinente manera de no entender esa malignidad: como si algunos fueran inmortales. Le temo a que las muertes se conviertan en cifras y cifras que nos mantienen indolentes frente al tremendo dolor que estamos atravesando. Y temo que todo sea una catástrofe peor cada día, el subregistro de muertos, las historias de médicos que escogen quien vive y quien muere, o las historias que me llegan de Juanjuí o de Tarapoto, o de los pueblos awajún, wampis, shuar, kakataibos, shipibos, entre muchos otros, aterrados con el avance del desastre a sus comunidades.


¿Qué cosa que te parecía importante hoy te parece insignificante?

Mi ansiedad por terminar todas mis deudas académicas pendientes (un libro, una traducción, artículos en libros colectivos, participación en seminarios): por supuesto que las voy a cumplir, pero la vida y la urgencia de apoyar a las personas desde mi puesto en el congreso está primero.


Si no pudieras volver a trabajar, ¿con cuál de tus roles anteriores te quedas satisfecha para siempre?

Con varios, pero quizás más con dos, poeta y maestra: escribir me libera, enseñar me ayuda a crecer.


¿A quién has perdonado en este encierro?

A AAR, ja, ja, ja…


¿Qué te han enseñado tus hijos en la cuarentena?

Mi linda hija me ha enseñado a que debo cuidarme: usar mis gotas para evitar el desprendimiento de retina, cumplir con mis horarios, no estar enganchada tanto a la realidad y poder pensar en películas y canciones para limpiar el hollín de los sentimientos.


¿Con qué frase manejas tus angustias?

Árbol de la esperanza, mantente firme.


¿Qué plan que tenías para este año has cancelado con absoluta tristeza?

Viajar a Alemania en octubre. Me encanta viajar, sea por nuestro hermoso país, por la sierra en las madrugadas, sintiendo el aire de la amanecida, o también por otros países para tratar de entender las otras culturas. Me gusta regresar a Alemania, sé un poco el idioma y la gente que me estaba invitando, del Infostelle, son activistas de la izquierda y muy interesados en América Latina.


¿En dónde está tu felicidad?

Aquí, conmigo.


¿Qué lugar de Lima es el que más extrañas ahora que no puedes salir?

Aunque no lo creas extraño ir a la biblioteca de la universidad: los últimos años, en que me pasaba horas esperando de una clase a otra, pasaba mucho tiempo en la biblioteca. Yo solo soy profesora a tiempo parcial así que no tengo oficina y lo que hacía era sentarme en uno de los cubículos, preparar mi clase o leer algo, o corregir exámenes… salir y tomarme un capuccino, volver al cubículo, siempre revisando libros que, si no quería llevar a casa, devolvía. Uno de mis más íntimos placeres es salir con un montón de libros en mis bolsitas de tela aunque, luego en el bus 209 de la Línea Roja, me pesaban como la vida.


¿Si pudieras comprar un boleto y viajar adónde irías?

A Puruay, en Cajamarca. En ese lugar he sido feliz. Aunque nunca se puede regresar a la felicidad de atrás, por lo menos, se puede oler los eucaliptos y sentirse ligeramente mejor.


¿Qué parte de tu personalidad que no conocías has descubierto durante el confinamiento?

No sabía que podía ser tan serena ante el encierro. Es por este momento de mi vida, hace 20 años, no lo hubiera soportado.


¿Cuál ha sido tu sueño recurrente?

Sueño permanentemente que salgo a la calle y nadie usa mascarillas.

¿Qué libro o película te ha acompañado durante el encierro?

He estado releyendo varios diarios: los de Virginia Woolf, Ana Frank, Marina Tsevatieva, Sylvia Plath, Alejandra Pizarnik… todas murieron de manera trágica pero ¡con qué intensidad vivieron y absorbieron hasta la última gota de oxígeno! Geniales y tristes y depresivas… qué grandeza la literatura de estas mujeres.


¿Qué cosa nueva has aprendido?

He aprendido a ser congresista virtual, a tener un despacho virtual, a reunirme con mi equipo del despacho por Zoom, con la bancada por Skype y con las comisiones, la Junta de Portavoces y el pleno por Microsoft Teams. He aprendido a tener infinidad de reuniones seguidas, una tras otras, sin poder almorzar siquiera, mientras termino de contestar los WhatsApp y Telegrams y correos electrónicos, todo a la vez. He aprendido que muchos peruanos que son biólogos moleculares, o ingenieros náuticos, o analistas de data, tienen una visión del Perú más certera que cualquier politólogo o periodista con MBA en Harvard. He aprendido que, cuando enseño clases por Zoom, debo preguntarles todo el tiempo a mis alumnos y alumnas lo que sea, para no dejarlos que se vayan… o peor que se duerman. Y también he aprendido que durante los plenos virtuales del Congreso hay que apagar el micrófono del Microsoft Teams: se escucha cada cosa…


Descríbeme en una frase tu encierro.

Poeta en el hemiciclo con mascarilla.


Cuéntame una anécdota insólita de tu cuarentena.

¿Insólita? No lo sé... Murió Kero, la primera mascota que tuve en mi vida y que, en realidad, era de mi hija. Un gato atigrado que llegó a tener 15 años. Cuando Kero murió lloré mucho porque, su muerte, abrió la puerta de contención que me había impuesto para atravesar tanto dolor en el Perú. Esa pequeña muerte me hizo sentir en la piel el desastre de todas las muertes de seres humanos. Esta hecatombe de muertes es algo que solo podremos procesar con los años.


¿Cómo crees que será el mundo después del Covid-19?

Debe ser un mundo que piense, en serio, que solo somos parte de un ecosistema complejo y que la destrucción de la naturaleza, por ejemplo con el uso de combustibles fósiles o con la extracción de metales prescindibles, nos puede llevar a otra hecatombe parecida y peor.

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